Entenderemos por montaje no sólo el hecho físico, electrónico o digital de composición de un producto, sino al proceso creativo en la mente del autor que le da sentido al mensaje. En este sentido el montaje es la yuxtaposición de cada uno de los recursos sonoros para crear un nuevo sentido, es el momento que nos permite enriquecer nuestra producción para reordenar, cambiar y eliminar para corregir errores, así cada recurso deja de tener sentido por sí solo para generar en conjunto una sensación y una emoción en el espectador.
En el contexto audiovisual, la forma sonora del /ring/ de un teléfono suele ser simplemente la evocación de una fuente sonora, pero puede ser, también, una forma de explicar, por ejemplo, el estado de ánimo de un personaje. Sabemos que cierto personaje está afectado emocionalmente por un suceso del drama, pero aún no sabemos exactamente cuánto. Nuestro héroe se ha dejado caer en el sillón de una sala de estar y permanece inmóvil con la mirada fija en el suelo. Como parte de la escenografía de la sala de estar, muy cerca de él, hay un teléfono en una mesita. ¡Ahora es el momento de hacer sonar el teléfono! Introducimos el /ring/ y lo hacemos sonar una y otra vez mientras nuestro atormentado héroe sigue sin moverse ni un centímetro, ignorando por completo la posibilidad de descolgar el aparato.
Evidentemente el /ring/ del teléfono es lo único que ha variado en la situación y, por tanto, el único elemento narrativo que explica hasta qué punto nuestro protagonista está terriblemente afectado por los hechos. Ese sonido no narra que hay un teléfono que está sonando sino la situación en la que ha quedado nuestro personaje.
Otra situación interesante en el montaje es cuando se producen sentidos muy diversos oyendo siempre la misma forma sonora.
Pensemos, por un instante, en la melodía de un piano. Según sea nuestro interés y nuestros objetivos, después de oír exactamente la misma secuencia de sonidos podemos interpretar: “él tiene un piano en casa”, “¡el también sabe tocar el piano!”... es decir, a partir del mismo sonido se pueden construir varios sentidos radicalmente diferentes.
Como en la comunicación interpersonal o en la comunicación del hombre con su entorno, en el contexto del lenguaje audiovisual cada forma sonora es utilizable y utilizada de múltiples maneras para obtener sentido de ella. No obstante, en todos estos ejemplos usamos formas sonoras y las interpretamos dándoles un sentido.
Hasta aquí sólo hemos recurrido a ejemplos de formas sonoras no verbales. No obstante, veremos que cuando usamos secuencias de discurso lingüístico en un contexto dramático audiovisual, es decir, sonidos a los que supuestamente se les ha asignado de manera arbitraria un sentido previo concreto, ocurre algo muy parecido.
Analicemos la siguiente situación: oímos la voz de un personaje que grita repitiendo cada vez con mayor intensidad y a mayor velocidad /correr/, /correr/, /correr/, /correr/. El grito suena desgarrado, con tono medio grave, y una textura mate y muy basta.
Igual que ocurría antes, es posible hacer varias interpretaciones. Después de haber escuchado esto aisladamente podemos interpretar: “he escuchado a una persona angustiada que quiere huir” u “oigo a un desequilibrado mental que está pasando por una crisis” o bien “estoy escuchando a un actor que interpreta una escena muy dramática”.
La información que nos permite desarrollar las producciones de sentido que hemos propuesto no era el contenido arbitrario de la palabra, sino la matización sonora con la que se está pronunciando ésta. Evidentemente, existe una relación directa entre la forma de pronunciar y el sentido completo que asignemos a cualquier texto oral.
El receptor reestructura, matiza y recrea cada signo sonoro en función de la situación comunicativa en la que lo encuentra. Y no sólo eso, sino que cada forma sonora, es capaz de recomponer formas nuevas con contenidos nuevos de acuerdo al montaje que se le impregne.
Estamos diciendo que el receptor, el oyente, parte del dominio profundo de sus propios automatismos perceptivos y de la acumulación de una larga experiencia vital para asociar formas sonoras y sentido, para conducir activamente su propia escucha. El oyente decide activamente en cada ocasión cómo debe oír y luego interpreta lo que oye para darle sentido. Pero este sentido no tiene por qué estar en repertorios prefijados, puede ser un sentido nuevo: modificado, recompuesto, o recién descubierto.